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Guido Gómez: La “bulla” digital

Las Actuales RD
Opinión



Guido Gómez Mazara

Corrijo el siguiente texto, manteniendo el formato normal:

Convencidos del impacto de las redes sociales, quienes confunden penetración con credibilidad encuentran en su alcance digital un escenario que favorece esa ilusión. De ahí, el errático énfasis tendente a estimular la bulla mentirosa como fuente para determinar el impacto de los mensajes.


El cálculo, sin embargo, carece de rigurosidad, porque simplifica los efectos de la circulación del comentario sin credibilidad al no detenerse a entender que la efectividad del mensaje depende del mensajero. Frecuentemente se incurre en la equivocación de asumir que todo lo que circula en las redes posee una carga de certeza. Pero no es así. Y por no asimilar una regla básica de la información creíble, asaltan estructuras comunicacionales desprovistos del elemental rigor profesional. Así, la cualquierización de las múltiples modalidades instaladas en las redes, radio, televisión, prensa escrita o digital ha construido una vía de rentabilidad frente al miedo de políticos, funcionarios y empresarios, temerosos del lodazal opinante orientado al intercambio de dinero por halagos inmerecidos.

La técnica es muy simple: emiten una información falsa, una plataforma mafiosa la reproduce en la intención de crear “tendencia” que, casi siempre, la acompaña un emisario que te plantea costos para evitar el daño. Como la ruindad se reproduce de manera silvestre, llegan los frágiles de convicción y las respectivas sugerencias para un entendimiento costoso. Y al ejecutarse la operación mafiosa, la información se traduce en una actividad de vulgar intercambio que reproduce las malignas prácticas con potencialidad de siempre encontrar un idiota de turno, lleno de miedo y con techo de cristal, dispuesto a pagar por cerrar los labios.

Aquí, excluyendo el rigor periodístico y profesional, las partidas presupuestarias de publicidad, tanto en el gobierno como en el sector privado, activan el insaciable apetito de la jauría mediática de los nuevos mesías de la opinión, siempre dispuestos a estructurar perfiles de eficiencia, pautados por los montos asignados a sus plataformas de difusión. Lamentablemente, hace años que las plumas insignes y la opinión rigurosa fueron sustituidas por un vendaval de tartufos cuyo sello de identidad consiste en extorsionar a todo el débil de carácter que les pasa por el frente.

El principal incentivo al chantaje revestido de comunicación y/o periodismo es tranzarse y comprar silencio ante la activación de una “bulla” digital. Se reproduce así una dinámica capaz de transformar el patrimonio de aquellos ejercitantes de una práctica que, no muy tarde, encontrará reacciones violentas cuando algún afectado quiera hacer justicia por propias manos ante los comentarios injuriosos propalados. Y ahí no podemos ni debemos llegar.

Cuando la política se ejerce con vocación pública no necesita intermediarios ni aduladores que la maquillen. No le tengan miedo a la bulla ni a sus reconocidos extorsionadores. El verdadero riesgo no es el ruido, sino rendirse ante la complacencia. Gobernar con miedo al escándalo es entregar las convicciones al mejor postor.

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