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Nostalgia de una jauría

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Opinión 
 Por Redacción Lupa del Sur

Por Eddy Mateo Vázquez
Las tropas perrunas bajaban la calle que honraba el nombre del apostol, en atropellada formación temprana. Las cinco y treinta, casi las seis, y apenas el sol mostraba un paupérrimo hálito al nacer.

Acostumbrados, los vecinos recibían la vocinglerìa canina como alerta de clarín cuartelario que les ponía de pies y en guardia para el cotidiano trajinar. Era sábado, domingo, lunes…no importaba. Delante del canino desfile iba el motivo de aquella marcha sin trompetas ni redoblantes, pero ruidosa y agresiva, recorriendo las aûn desoladas calles del pueblo.

Garrote en mano, como gallardo gladiador; pecho enhiesto y silencioso comportamiento, acompañaban a aquel Tarzàn urbano que marchaba delantero ahogando a las campanadas del reloj municipal la vocinglería perruna que le seguía.

Uno, dos, tres, cuatro …kilómetros de andanzas de norte a sur y de este a oeste, eran ya costumbre cualquier dia o a cualquiera hora de calor o escasas lluvias, acompañadas siempre igual de ladridos que de vociferadas exclamaciones juveniles al paso de nuestro hombre y sus acosadores caninos.

A su paso agregábanse màs canes realengos y de raza, con collares y sin collares, preñadas y paridas, con dueños y sin dueños, flacos y robustos, que exhibiendo sus filosas y blanquecinas estructuras dentarias, formaban una impresionante hilera que algunos decían lograba atraer hasta a medio centenar de perrunos seres a sí mismos convocados.

Entonces, como para hacerle corografía a la asociaciòn de perros y perras, la muchachada se adhería atraida desde los patios hacia las calles para enrostrarle a su paso a aquel ciudadano que se paseaba cual reencarnado Trucutû su vocaciôn paternal de sostener ajenos engendros.

Decian, y los decires se convirtieron en una montaña de credibilidad en todo el entorno pueblerino, que a nuestro héroe de los perros y el garrote el desproporcionado crecimiendo de su testicularia formación anatómica le imposibilitô la reproduccion, por lo que desarrollô su vocaciôn proteccionista asumiendo paternales y ajenas responsabilidades.

Con su camisa eternamente desabotonada, caminaba ágil, arrastrando sus soletas con las entrepiernas abiertas, como si aquello le pesara mucho.

Muchos años producto de muchos días configuraron una leyenda en torno a los perros y sus ladridos, la excepcional vocación paternal y la laboriosidad sin limites de aquella figura modélica que cruzaba las calles bajo el «clamor» frenético de los perros para honrar la dignidad de su trabajo de montar y desmontar cargas de cemento, arroz, azúcar y sal.

Por las tardes, ya cercano el sol a despedirse, de regreso a su humilde vivienda de palma cana y tejamaní se reeditaba el concierto de gruñidos con la vocinglera participación de la muchachada acompañándole.

Famoso, además, por sus sonoros abruptos, volvía cargado de víveres y ensartes de viajacas para alimentar a aquella familia compuesta por su robusta y «generosa» mujer y aquella media docena de críos que asumió como tutor, aunque no biológicamente suyos.

Cuando él se despidió de este mundo, dicen en el pueblo que las jaurías y los mozalbetes guardaron silencio, con ello rindiéndole honor. A su velatorio concurrieron muchachos y perros, pero a ningún perro se le ocurrió ladrar ni a ningún muchacho levantar la voz.

Aún, muchos años después, por las mañanas y por las tardes, al recuerdo de los moradores acuden el desenfreno de los ladridos y la algarabía de los muchachos que a su paso, impiadosamente le vociferaban:

–! Añà, cría hijos ajenos, te ganaste la loma!
Y orgullosamente él les respondía:
–!Pero no robo!
Mario Sena, Añà, un monumento al trabajo y la honradez.

Autor: Catedrático universitario, escritor, exdiputado, exsenador, exgobernador y exdirector UASD Recinto Barahona.

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